jueves, 14 de agosto de 2014

Agosto de calor...

            Siete de la mañana. El despertador suena puntual a su hora, no me da ni un minuto de tregua. Ni tan siquiera para poder saborear las últimas imágenes de ese sueño que ha invadido mi subconsciente durante toda la noche. Se desvanece sin más dando paso a la realidad, a la rutina, la de prepararme un café cargado con medio sobre de azúcar, la de calzarme las zapatillas de deporte cubiertas de polvo, la de la espera que aguarda con quietud por centésimo día.

            Cargo mi reproductor MP3 con esa lista de reproducción que comienza sonando con las notas que se escapan del violín de David Garrett, y que después continúa con esa voz rota de Bryan Adams, para poco a poco ir cediendo el protagonismo a canciones más cañeras dignas de una clase de spinning.

            Gafas de sol, ropa cómoda. Hoy ha amanecido algo más fresquito el día, el leve viento que se levanta ayuda a comenzar la caminata con un poco más de entusiasmo. Ya habrá tiempo para el calor a lo largo del día. 

            Dejo atrás los caminos de alquitrán para adentrarme en los de tierra, tal y como años atrás hacían nuestros padres, nuestros abuelos, y los abuelos de nuestros abuelos. Caminos que van de la mano de pequeños riachuelos, que se cobijan en la sombra que nos regalan los árboles, que a su vez nos regalan eternos cantos de pajarillos que anidan en sus ramas, o que simplemente han parado para tomar aire y continuar su viaje por el cielo.

            El camino se bifurca en dos. El de la izquierda es el que toma la gente que va adelantada a mis pasos. ¿Por qué no igualmente con el de la derecha? Yo no quiero ser como toda la gente. Saciaré mi curiosidad. Se cumple ya casi una hora de caminata, alrededor de 6 km caminados, y la lista de reproducción va apurando sus últimas canciones que vuelven a ser más calmadas. A mí todavía me quedan fuerzas para posponer el punto de media vuelta a casa.

            "A medianoche en el acantilado, yo llego tarde, tú estás esperando ya frente a las olas imaginando, cómo sería dar el salto...". Amaral siempre tan acertada. Llego a un pequeño rinconcito en el que surge un pequeño lago cuyas aguas son movidas por una pequeña noria hidráulica, y cierro los ojos y mi mente viaja hasta la playa de Riazor y vuelvo a sentir ese viento del mar que nubla la mente y la vista.

            No puedo evitar sentarme unos minutos, sacar un cigarrillo, y fumarlo como un poseso. Agosto se está haciendo más largo de la cuenta, y el calor no ayuda.

            Septiembre vendrá con tormenta, siempre lo hace.