martes, 21 de octubre de 2014

En Mareas Misteriosas

   Es enriquecedor participar como un mero espectador de la inmensidad del mar. Un mar lleno de vida, de secretos, de tesoros, de historias de piratas, de muerte seguramente.

   Me apoyo en la barandilla que cubre el paseo marítimo, cierro los ojos, tomo aire intensamente, y abro los ojos mientras dejo salir el aire lentamente de mis pulmones. Y se me dibuja una sonrisilla en la cara por poder ser una pequeña gota en este inmenso mar que en algún lugar pasa a ser océano. Me divierte ver la alocada carrera de un perro por la orilla de la playa, jugando con las olas que mueren en la arena; me admira ver el atrevimiento y la soltura de aquellos que se atreven a dominar el mar sobre su tabla de surf; me da envidia ver a aquellos que tumban sus cuerpos en la arena o que disfrutan del tiempo con un par de palas y una pelota. La cara calmada, tierna del mar, la versión familiar.

   Tomo un sendero que bordea la costa, y llego a un pequeño acantilado. Vuelvo a cerrar los ojos, vuelvo a tomar aire intensamente, y vuelvo a abrirlos dejando escapar lentamente el aire. Mi primera intención es dar un paso atrás. Aquí el mar está bravo, furioso, guerrero. Enviste con fuerza las rocas de los acantilados una y otra vez. Siento respeto, que no miedo. Bueno, tal vez un poco sí. Me invento una historia de piratas, de esas en las que el barco acaba chocando contra las rocas, y muere en el fondo del mar. De esas en las que el mar se encargará de trasladar las almas de los ahogados a la otra orilla para su descanso eterno.

   Retomo el sendero, que me termina llevando hasta el faro. Hasta ese rayo de luz que ilumina la noche, que da esperanza en las noches de tormenta, que reta constante a los llantos del mar. Ese que desde aquí, domina a lo largo y a lo ancho hasta donde la vista se pierde con el horizonte. Ese que se me ha presentado como un compañero inesperado de viaje en mareas misteriosas.

   El viaje ha comenzado. La vela está izada. Voy sin brújula, pero con rumbo. Y un cofre bien cargado de tesoros que nadie me arrebatará jamás, y a los cuales espero añadir otros tantos igual de valiosos.

   Y por supuesto, una botella de ron.