jueves, 17 de noviembre de 2016

El jardín de los sueños rotos (fin)

     La hierba todavía permanecía mojada a pesar de que hacía más de una semana que habían cesado las lluvias de un frente que llevaba anclado demasiado tiempo en todo el valle. Se hacía complicado caminar sin dar síntomas de perder el equilibrio momentáneamente en un terreno que se había convertido en impracticable. Y a pesar de ello, las ganas podían más y volvía a ponerse en pie, contemplaba las heridas que le marcaban por todas partes, y volvía a hundir sus pasos en ese camino que de repente un día alteró su rumbo por completo. 

     Allí estaba una vez más, rebuscando en cada rincón, un atisbo de magia de primavera, unos pocos versos sueltos desprendidos de algún libro viejo, susurros perdidos en noches que llegaron al alba, silencios que inventasen verdaderas obras de arte. 

     Sólo de detuvo ante un pequeño charco que se resignaba a desaparecer bajo la sombra de un ciprés. Posó su mirada en él como si fuese un espejo, y sintió la tentación de rozarlo con la punta de sus dedos para que se llevase todos los sueños rotos, pero no tenía el valor de hacerlo. Sabía que si perdía su reflejo ya no le quedaría nada. 

     Cuentan que una parte de ella quedó impregnada en aquel ciprés que, día tras día, la fue despojando de los sueños rotos, de su reflejo...


miércoles, 2 de noviembre de 2016

El jardín de los sueños rotos (IV)

     Como cada mes, la Luna volvía a vestirse de luto esa noche, la primera de un otoño que había nacido adelantado y llevaba unos cuantos días cubriendo con niebla cada rincón del valle en el cual su jardín se había convertido en su particular altar.

     Un altar en el que en vez de vino se tomaba café y té, en el que en vez de pan se comían unas deliciosas pastas que las mujeres del lugar habían sabido retener con el paso de los años a pesar de las nuevas y fáciles novedades gastronómicas, un altar en el que se leía e inventaba poesía libremente sin las ataduras impuestas por ningún mandato divino... un refugio en el que sentirse a salvo de esos momentos vacíos y ociosos en los que la mente tontea con el diablo del arrepentimiento, del temor, del rencor, del odio, de los sentimientos no correspondidos, de la culpa, de la cobardía... a salvo de uno mismo la mayoría de las veces.

     Un altar en el que esa noche de luto y silencio frío centenares de luciérnagas rindieron su particular y pequeño tributo a los sentimientos heridos de muerte en la más fría de las noches.