De repente abres los ojos, y te encuentras oteando un horizonte que hasta el momento era totalmente desconocido, tan lleno de todo y tan vacío de nada, donde los sueños son sueños y la realidad es solo un aperitivo de lo que está por venir. Das media vuelta, y a tu lado aparece esa sonrisa inocente que perdiste en la niñez, que lo único que intenta decirte es seas feliz y estés alegre, porque nunca se deja de ser niño, aunque se vaya madurando o seas el protagonista de ciertos fracasos, pero ese espíritu lleno de energía que todo lo puede, que te dice que eres capaz de eso que acabas de proponerte y mucho más, que inventa reinos a la medida de nuestras fantasías, esa alegría de sentirnos vivos y dueños y señores del mundo, eso es lo que no debe faltarnos. Porque nacemos niños, crecemos a adultos, y una vez que tenemos aprendida la vida, volvemos a ser niños porque de allí es de donde nunca debimos salir.
Esa inocente alegría, esa es la que hace de mí la persona que soy.
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