El olor a café recién hecho en la cafetera italiana que le regaló su abuela en aquella visita, que por circunstancias de la vida, fue la última, llenaba de recuerdos la cocina que, a través de un gran ventanal, daba a la terraza que se unía al jardín. Esa terraza en la que se habían sucedido tantas confesiones y concesiones ahogadas en lágrimas, de alegría y de tristeza, de vida, de abrazos eternos y besos robados en la clandestinidad de las noches estrelladas de luna nueva.
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